lunes, 14 de abril de 2008

Morir para vivir

He tomado una decisión y parece que no hay vuelta atrás. "Parece"... ¿cómo estar seguro? He aprendido que con Dios las seguridades y, aún más las certezas, sueles ser escasas. Por eso en mi anterior oración le pedí firmeza, más que las dos cosas anteriores; firmeza para adentrarme, a pesar de las dudas, en el camino que estaba por elegir y confianza para andar sin titubeos. Y ya lo dije: "He tomado una decisión".

Voy a morir -es decir, voy a vivir-. Voy a dejar atrás deseos vanos, voy a esfumar los egoistas sueños, voy a sujetar la rienda, voy a marcar la ruta, voy a afirmar el timón. Abandonaré la improvisación como estrategia, abandonaré la espera pasiva. Venderé mis posesiones para comprar el terreno donde se oculta el tesoro que me espera y que yo, necio, tantas veces negué.

Pido perdón a los que causaré daño, pido perdón sentidamente. Los más cercanos, los más amados sufrirán más vívidamente mi muerte. A algunos les dejaré endosadas deudas y eso me preocupa grandemente. Sólo puedo pedir perdón y comprensión, y si la comprensión no cabe: nadamás perdón; perdón, por el amor con que se me ama.

No es este el último mensaje de un moribundo, mucho menos de un suicida, a pesar del tono dramático y fúnebre. Es el primer testimonio de uno que nace a una nueva vida, de uno al que no se le arrebata la vida, sino que la da libremente. El empuje que me lleva a esta decisión me motiva a hacer las cosas que antes sólo ideaba y que nunca emprendía, presa de esa rigidez mortuoria que yo creía era vida, pero era muerte. Por eso ahora que muero, muero a la muerte, ¡y vivo! Muero para vivir.

Reina del cielo, alégrate, aleluya, porque el Señor, a quien mereciste llevar, aleluya, ha resucitado según su palabra, aleluya. Ruega al Señor por nosotros, aleluya.